El podcast República Lúdica ha invitado al colectivo Revolución Basada en Juego, al cual pertenezco, a mantener una charla con ellos sobre nuestro origen, objetivos, y modo de entender el cambio de paradigmas a través del juego.
Casi ya finalizando la grabación surgió un tema interesantísimo que no dio tiempo a debatir, y que creo que es importante tratarlo. ¿Es el diseño de juegos un arte?
Parafraseando a la Dra. Encarna Ruíz, vivimos en una época en la que las palabras se han convertido en meros contenedores en los que cabe cualquier cosa que uno crea conveniente, sin pasar más filtros que ver un par de vídeos de YouTube en muchos casos. Los memes han simplificado la comunicación (y han venido para quedarse) y nos basta con una representación que se haga viral para diseminar una nueva interpretación de los conceptos, y por lo tanto una nueva definición, que además es líquida, adaptándose al conocimiento y experiencia previa de cada persona.
El arte y el diseño no podían ser menos. Si los aplicamos en un ámbito como es el diseño de juego en general, una industria que ha crecido de forma exponencial en los últimos años, y al diseño de juego con propósito en particular, donde el proceso sigue siendo mayoritariamente artesanal, es normal que la confusión sea aún mayor.
Arte y diseño son dos disciplinas que comparten el tener una vertiente creativa (capacidad de generar ideas nuevas), una manual (aplicar técnicas de representación) y un componente estético (características que sean agradables a los sentidos). Y es en la unión de estos tres puntos cuando llamamos arte o diseño indistintamente a cualquier actividad. Hemos podido escuchar frases como “esa camarera es una artista haciendo cócteles”, o hemos valorado como “objeto de diseño” algún cachivache extravagante que ha llamado nuestra atención.
Confundimos la habilidad manual, el virtuosismo, con el arte. Y confundimos lo que se sale de la norma con el diseño. Una persona que hace artesanía puede ser muy habilidosa y tener una técnica muy refinada, y lo que hace ser poco estético e inútil, y un diseño puede ser anodino y pasar desapercibido, y sin embargo cumplir perfectamente su función.
Lo que hace arte al arte es la búsqueda estética y/o comunicativa de quien realiza la obra. Es la obra en si. La persona artista se vuelca en la actividad o el producto y cuando lo deja en manos de quien lo consume pierde el control. Esta persona lo percibirá con más o menos placer para los sentidos y la mente dependiendo de factores personales. Lo que hace diseño al diseño es la búsqueda de la función. Es para lo que sirve. La persona que diseña parte de una necesidad y propone una solución. Quien lo consume habrá recibido un mensaje, se habrá sentido cómoda o habrá realizado un proceso sin problemas.
El arte plantea preguntas a quien lo consume. El diseño da respuestas a quien lo consume.
El juego, como producto cultural, puede llegar a tener una vertiente artística, estar realizado para el disfrute de los sentidos, e incluso para plantearse preguntas. En este caso es importante cuál es la intención de quien lo crea. Los juegos no son una obra de arte per se (con intención provocativa), y aunque pueden llegar a serlo, no se debe confundir con que sean un producto estético (agradable para los sentidos). Lo que sí podemos afirmar es que es un producto de diseño, ya que tiene una función (entretener), se genera mediante una metodología, y sigue unos procesos industriales hasta llegar hasta el público.
En este sentido, algunos juegos sí que pueden considerarse una obra de art. Por ejemplo, This War of Mine porque promueve la reflexión, o Canvas porque tiene una marcada estética pictórica.
Cuando hablamos de juego aplicado, estamos resolviendo un problema mediante el uso de elementos procedentes del mundo lúdico, y siempre debemos tener en mente a quién va dirigido, e incluso hacerles partícipes del proceso de creación. En este sentido, la gamificación, el ABJ o los serious games son productos de diseño. Si trabajamos mucho la narrativa, las mecánicas o los componentes visuales, tendremos un producto muy elaborado, muy bonito o muy otros adjetivos, pero no una obra de arte, a no ser que el objetivo sea provocar, como hacen los art games. Sobre este tema en concreto hablo en El uso del color de los videojuegos, publicado por Héroes de papel.
Sirva como ejemplo, Barcelona (y de hecho España) en los años 80 y 90 fue conocida por el diseño, que no por el arte, porque todo lo que se producía en aquella época tenía una función, además de una fuerte vertiente estética.
Arte y diseño son dos disciplinas con mucho en común: creatividad en su concepción, virtuosismo en su ejecución, estética en su acabado, pero también grandes diferencias, principalmente en su finalidad (provocar vs solucionar).