Uno de los mejores cómics de todos los tiempos, y no lo digo (solo) yo, es Watchmen. Uno de los temas más interesantes que toca es la (auto) proclamación de una serie de personas como salvadoras del mundo: Las y los superhéroes. Pero aún con esa condición no dejan de ser personas, y por lo tanto son corruptibles. Y muchas veces no lo son por maldad, sencillamente por ignorancia, prepotencia, egocentrismo, o exceso de autoestima, que los lleva a tomar decisiones equivocadas, aún con la mejor intención. De hecho, una de las frases más repetidas durante el cómic, y que da nombre a la obra, es ¿Quién vigila a los vigilantes? Esta frase no es nueva, está tomada de la Sátira VI del poeta Décimo Junio Juvenal (siglo I – siglo II), y hace referencia a lo aludido anteriormente, cómo dejar que alguien vele por algo con la seguridad de que no se pervierta y se convierta en el problema que se quería evitar.
El método científico es justamente esto, un vigilante que acecha y está constantemente alerta para que el mundo avance sobre premisas sólidas, que demuestren una y otra vez que funcionan. Pero el método científico también evoluciona, tanto a nivel conceptual, con la epistemología (lo siento, no puedo dejar de acordarme de uno de los mejores temas de Les Luthiers), como a nivel práctico, con los avances científicos. Esto es lo que hace, afortunadamente, que hechos y métodos que se daban por válidos en un determinado momento (cómo curar una enfermedad, por ejemplo) queden obsoletos y reemplazados por otros más eficientes.
En ciencias que llevan siglos, e incluso milenios, estudiándose, como la medicina, la física, la química o la astronomía, se puede observar esta gran evolución. Los métodos son ahora más rigurosos y la tecnología más avanzada, lo que permite que podamos ver impresionantes imágenes de Marte, que podamos tener ropa con colores muy duraderos o que se ponga (casi) fin a una pandemia en unos pocos años. ¿Pero qué pasa con las ciencias que están empezando? Las dos ciencias de las que más hablo en este blog son dos, la del juego y la de la experiencia de personas usuarias, y ambas acumulan apenas unas décadas de investigación en el mejor de los casos.
Me gusta mucho hablar, previamente habiendo leído, sobre engagement, motivación, usabilidad, consistencia y estándares, curva de aprendizaje, accesibilidad, gamificación… pero estamos inmersos en una explosión creativa y tecnológica en todos los productos educativos y culturales, especialmente en los digitales, y sobre todo en aquellos que incluyen una vertiente lúdica, que va más deprisa que los buenos pero limitados intentos de estudiar esta realidad, como el caso del congreso DIGRA o los estudios de UX de consultoras de prestigio como Nielsen.
¿Seguimos hablando de Maslow cuando la necesidad de comunicación, o de estar conectados, o al menos la de tener un móvil lo más actualizado posible, ha sobrepasado a cualquiera de las que menciona en sus estudios? ¿Seguimos utilizando esquemas de colores que se crearon para dar soporta a una tecnología hoy obsoleta? Es decir, seguimos reproduciendo el pasado, incluso el reciente, porque no nos hemos puesto, o no nos ha dado tiempo, a cuestionarnos la validez de los fundamentos en que nos basamos. O quizá es intencional, y lo hacemos porque nos ayudan a perpetuar estructuras conocidas, y cómodas, como la patriarcal o la colonial. Esto es sin duda más rentable y beneficioso para según quién que ponernos a romper teorías o sistemas establecidos.
¿Quién hace vibrar a quienes crean experiencias? ¿En qué teorías nos basamos, qué metodologías aplicamos, cómo sabemos que no manipulamos o nos manipulan?
Qué importante es revisar todo lo que hacemos, cómo lo hacemos, y sobre todo, por qué lo hacemos. Quizá nos llevaríamos una sorpresa.